Oviedo o Uvieú, etimológicamente «la ciudad vieja» es hoy en día una ciudad abierta y acorde a sus tiempos, cálida y ociosa. Y verde, muy verde. Paséate por sus plazas, oxigénate en sus parques, empápate de cultura y luego repón fuerzas con sus famosos dulces antes de irte de sidras.
Desde lo más alto del Naranco, Asturias se nos presenta verde, impoluta y con todo el encanto señorial de su época regia. Recórrete su caso histórico –el Antiguo, como lo llaman aquí–, ponte las botas con su gastronomía y su sidra, y compensa con una buena caminata por su entorno natural.
No se nos ocurre mejor idea antes de decidir lo que ver en Oviedo, que subir a lo más alto de su Naranco, protector y vigilante, y colocarse delante de su Cristo redentor –toma esa, Río–, para tomar perspectiva, y qué perspectiva, de la también conocida como Vetusta. Otra de las razones por las que te invitamos a subir a este mirador natural es porque por el camino, justo a las faldas del monte, tropezarás con dos de las muestras más importantes del «prerrománico asturiano». Quédate con sus nombres, hay pocas construcciones tan bien conservadas como las de San Miguel de Lillo y Santa María del Naranco. Encontrarás otros ejemplos salpicados por el casco antiguo –como la Fuente de la Foncalada–, pero ninguno tan impactantes como estos dos.
Imprescindible: No te pierdas el Centro de Interpretación del Prerrománico Asturiano, en la misma zona en una antigua escuela.
Como bien indica su nombre, la plaza del Fontán era hace siglos lugar de fuentes y manantiales, muy regentado por los ovetenses más nobles. De ahí que los campesinos acudieran a él para vender sus productos, dando lugar a uno de los mercados más antiguos de la memoria asturiana. Pintoresco y animado, hoy sigue albergando mercadillos los fines de semana que conviven con pasacalles de gaitas que hacen parada en lo que un día fuera corral de comedias. Si hay un sitio con más vida donde ir a tomar el vermú –sobre todo si luce el sol–, es aquí. Todo ello, con permiso de la también famosa Plaza del Paraguas –llamada así por el enorme paraguas de su centro– o la Plaza de Trascorrales, con su escénica estatua de la lechera.
Imprescindible: No te pierdas la plaza de abastos, el ayuntamiento y la iglesia de Isidoro, a pocos metros de la plaza.
Oviedo tiene un innegable pasado regio, sobre todo en sus orígenes con la monarquía asturiana. Y eso se respira en cada una de las callejuelas de su casco viejo, desde que enfrentas la calle Oscura dejando atrás el parque del «Campillín», pasando por su plaza del ayuntamiento hasta que desembocas en su ecléctica catedral, no hay una sola piedra que no tenga historia. Punto de encuentro innegable en cualquier paseo por el casco viejo, desde la plaza de la catedral se puede ver cómo su torre gótica convive con la románica. Ambas reciben a los miles de peregrinos del Camino de Santiago a su paso por la capital del Principado. Justo a un lado de la catedral, presidido por la estatua de la Regenta, encontrarás el Museo de Bellas Artes, donde continente y contenido comparten protagonismo.
Imprescindible: Visita la Cámara Santa de la catedral, Patrimonio de la Humanidad, donde se conservan reliquias santas y reales.
Sin duda el epicentro cultural de la ciudad, este teatro del siglo XIX y su explanada es uno de los referentes más importantes de la ciudad, sobre todo para los amantes del arte. Y es que además de albergar cada año los Premios Princesa de Asturias, en él se dan cita los espectáculos de ópera y música clásica en general de mayor renombre del país, con permiso de Madrid y Barcelona, claro. Y es que en Oviedo, lo mismo te vas de sidras a la calle Gascona o de vinos a la Ruta de los Vinos, que te pones tus mejores galas para ir a un concierto de música clásica. Eso sí, después de haberte tomado el reglamentario café en una de sus confiterías con unas moscovitas de chocolate o un carbayón.
Imprescindible: No te pierdas: el tradicional Concierto de Año Nuevo, una cita ineludible para mayores y también pequeños.
Lo notas nada más llegar. En Oviedo se respira diferente, mejor. Probablemente, la «culpa» la tengan los grandes espacios verdes que oxigenan la ciudad, en perfecta simbiosis con sus edificios neoclásicos o sus ya famosas estatuas. Muy cerca de una de las más llamativas, la conocida popularmente como «La Gorda» –oficialmente «la Maternidad» de Botero– se encuentra uno de los parques más importantes de la ciudad, el de San Francisco. El que es hoy día lugar de ocio para familias, tiene sus orígenes en un convento de franciscanos, del que era su huerto. De amplias avenidas, tiene sus propios pavos reales, cisnes y ardillas, aunque si hay una figura famosa en él, esa es la coqueta Mafalda, a la que no hay niño que no le saque una sonrisa.
Imprescindible: Si te has quedado con ganas de parque, en el Parque de Invierno tienes el mayor espacio verde de la ciudad.
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