La mayoría de la gente espera ansiosa la llegada del verano. Vacaciones, buen tiempo, desconexión, relajación, fiesta… Pero el bosque no es humano. El bosque es pura magia. Una magia que celebra la llegada del otoño tras pasar la prueba de fuego (nunca mejor dicho) de un verano donde las altas temperaturas y los desalmados pirómanos cada vez dejan más cadáveres arbóreos por el camino.
El otoño seca la clorofila de las hojas caducifolias y los tonos verdes van dejando paso a una miríada de amarillos, ocres, rojos, naranjas y dorados. Los árboles se desprenden de las hojas como si de malos pensamientos se trataran. En primavera, renacerán de nuevo para saludar a una nueva vida. Testigos mudos del paso del hombre y la vida.
El de Ordesa y Monte Perdido es el segundo parque nacional más antiguo de España y aunque la parte de Ordesa es la más conocida por el público en general, los sectores de Añisclo, Escuaín y Pineta son también preciosos.
Fue en 1918 cuando se declaró parque nacional al Valle de Ordesa. En 1982, la superficie protegida se amplió y el parque se reclasificó bajo el nombre actual. Además, en 1977 se declaró Reserva de la Biosfera, en 1988 Zona de Especial Protección para las Aves y en 1997, y tras muchos esfuerzos de la Comunidad de Aragón, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
No hay que irse muy lejos para poder disfrutar de una de las paletas de colores otoñales más llamativas del mundo.
El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido se presenta, a finales de octubre y principios de noviembre, como el cuadro de un pintor loco. Un genio que coge su pincel y plasma un dibujo en el que se mezclan los verdes de las especies perennes – como el abeto blanco - con esos tonos amarillos, naranjas, rojizos y dorados de hayas, abedules y álamos temblones.
Los arces pasan del verde al naranja y, después, a un rojo muy intenso, color apoyado por los arbustos bajos de arándanos que colman el sotobosque. Entre esos arbustos aparecen las setas, entre las que resalta el colorido rojo con pintas blancas de la amanita muscaria. Eso sí, esta no la metas en la cesta porque es venenosa.
En esta zona, cerca del parque, encontrarás uno de los bosques más bellos del Pirineo Aragonés, el de la Pardina del Señor. Aparece junto a la carretera que une las localidades de Sarvisé y Fanlo y es una de las más bellas muestras de bosque autóctono que queda en la zona.
Aunque las decenas de miles de visitantes que llegan al parque en estas fechas lo hacen atraídos, principalmente, por los juegos de colores de los árboles, la fauna del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido también tiene un gran atractivo en otoño.
Es en esta época cuando los rebecos entran en celo y una de las aves más emblemáticas de la Península Ibérica, el quebrantahuesos, realiza su parada nupcial, preámbulo a la puesta de huevos que realizará en diciembre.
Los ornitólogos pueden disfrutar también del avistamiento de un buen número de especies invernantes o peregrinas, como las grullas que sobrevuelan los coloridos bosques en busca del cálido sur de España.
Los sarrios, una especie de cabras adaptadas a la perfección a los parajes rocosos, huyen en esta época de las primeras nieves y aprovechan el descenso de la presencia humana para bajar por las laderas a buscar algo de alimento.
Entre la naturaleza tan abrumadora que se extiende por la comarca de Sobrarbe, la piedra toma forma de caseríos y castillos medievales. Pueblos señoriales se erigen casi mimetizados con el entorno natural que les rodean.
Lo ideal para descubrirlos, es realizar una ruta cultural-gastronómica por todos ellos, ya sea en coche o en bicicleta. Sin embargo, si vas algo justo de tiempo, estos son los que no te puedes perder:
Cuando uno camina por el casco histórico de la medieval villa de Aínsa, entiende por qué ha sido incluida en el exclusivo grupo de los pueblos más bonitos de España. El mérito no es poco, teniendo en cuenta que en este 2016, más de 75 millones de personas han visitado nuestro país, empatando en segundo lugar con Estados Unidos en la lista de países más visitados del mundo.
Aínsa es una joya del románico.
Su parte moderna apenas tiene encanto. Jalonada por comercios, cafeterías y restaurantes de corte moderno, sirve de enlace con la cuesta que da acceso a su parte antigua. Tras pasar bajo un pequeño arco de piedra, sentirás que has entrado en una dimensión temporal totalmente diferente.
Una calle estrecha y adoquinada, a la que se asoman apelotonadas casas de fachada de piedra, conduce a la Plaza Mayor, la joya de la corona de Aínsa.
Potentes y macizas arcadas de piedra sostienen casonas centenarias pertenecientes, en otra época, a familias nobles y burgueses adinerados. Sus ventanales suelen aparecer adornados de macetas con flores rojas. A pesar de los numerosos turistas que recorren la plaza armados con sus cámaras de grandes objetivos, el ruido parece morir en la vastedad de la plaza.
Hay una especie de silencio reverencial que hace que la gente susurre sin necesidad de ello. Si te trasladas unas decenas de metros, encontrarás otro lugar donde el susurro sí es algo más obligado: la iglesia parroquial de Santa María. Esta muestra románica del siglo XIII forma parte protagonista de los tesoros monumentales de Aínsa.
La otra pieza fundamental, junto a la Plaza Mayor y la iglesia parroquial de Santa María, es el castillo de Aínsa. Desde su posición estratégica - justo al oeste de la Plaza Mayor, sobre un promontorio – domina la confluencia de los ríos Ara y Cinca, sobre la que se asienta la ciudad.
Sus obras fueron iniciadas en el siglo XI, para crear una fortaleza que reforzase las fronteras con los territorios musulmanes. Una gran ampliación tuvo lugar en el XVII, para fortificar la frontera contra posibles invasiones procedentes de Francia. A partir del siglo XVIII el castillo de Aínsa cayó en desuso, teniendo un papel de fuerte militar en las distintas contiendas del siglo XIX.
Hoy en día sirve de escenario a ferias medievales de la localidad.
El mejor momento del día para pasear por Aínsa, al igual que ocurre en la salvaje naturaleza otoñal del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, es el atardecer, cuando la luces del sol comienzan a jugar con piedra y hojas para arrancar tonalidades, colores y sombras que varían cada segundo.
A tan sólo 7 km de Aínsa se encuentra la población de Boltaña.
El casco histórico de Boltaña está considerado como uno de los más amplios del Pirineo aragonés. Su construcción comenzó en el siglo XV, pero alcanzaría su cénit entre los siglos XVII y XVIII.
De nuevo es la Plaza Mayor la gran protagonista de esta villa medieval. En torno a ella encontrarás el Ayuntamiento y la Colegiata de San Pedro. Esta última, levantada en el siglo XVI sobre los restos de una antigua iglesia románica, es una de las iglesias de mayor dimensión del Pirineo Aragonés.
Rodeando a la plaza, una maraña de calles estrechas y empedradas se dispone de forma radial. En esas calles encontrarás casonas de piedra que aún muestran aquí y allá sus escudos de hidalguía, grabados en la maciza piedra que componen los arcos de medio punta de sus entradas. Un buen ejemplo de esta arquitectura civil medieval es la Casa Núñez, situada frente al Ayuntamiento.
Cruza la Plaza Mayor y toma el sendero que conduce al mirador del Castillo de Boltaña. La fortaleza está en ruinas, pero se cree que fue una de las primeras fortalezas cristianas de la comarca. Desde el mirador podrás apreciar las aguas azul-grisáceo del río Ara, pasando bajo los puentes medievales de Boltaña en su larga huida hacia el mar.
Sin lugar a dudas, la forma más sana, divertida y auténtica de visitar esta zona es combinando el ciclo-turismo con el senderismo.
Existen varias rutas de caminos aptos para bicicletas de montaña. Eso sí, las pendientes suelen ser bastante elevadas y algunos descensos exigen algo de pericia técnica. Para el tema de las subidas, lo mejor es alquilar una bicicleta eléctrica, con la que podrás adecuar el nivel de esfuerzo que quieres realizar.
Algunas de las rutas que más triunfan entre los aficionados a la bicicleta de montaña y los bellos paisajes son: la ruta circular Boltaña-Aínsa-Boltaña, la ruta de la Sierra de Espierba (una subida de unos 12 km con vistas espectaculares del valle del Cinca y la cima de Monte Perdido) y el ascenso al Cañón del Añisclo.
Para los amantes del senderismo, el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido tiene una extensa red de senderos de distintos niveles de dificultad que te harán disfrutar de la naturaleza en primera línea.
El mejor hotel de la comarca de Sobrarbe (y uno de los mejores de los Pirineos) es el hotel Barceló Monasterio de Boltaña. Es el único hotel cinco estrellas de la comarca y al alojarte en él tendrás la sensación de haber viajado en el tiempo.
El grupo hotelero español decidió reformar un antiguo monasterio, del siglo XVII, de los Carmelitas Descalzos. Su estructura original fue respetada, haciendo que el hotel en sí sea uno de los principales monumentos a visitar en Boltaña.
Rodeado de naturaleza salvaje y antiguos pueblos de piedra, se encuentra protegido por la cordillera pirenaica, que frena los vientos del norte y crea un microclima soleado de corte mediterráneo.
El Barceló Monasterio de Boltaña ofrece 96 habitaciones y 40 villas de 42 metros cuadrados, con vistas a los Pirineos y al bravo río Ara. Si quieres, podrás alojarte en antiguas celdas de los monjes de la orden. Pero tranquilos, no encontrarás un duro camastro y una palangana en su interior, sino gran lujo.
Ver disponibilidad y precios en el Hotel Barceló Monasterio de Boltaña.
En la comarca de Sobrarbe se come realmente bien. En Boltaña, el restaurante Casa Coronel (San Pedro 4, Casco Antiguo) tiene fantásticas carnes a la brasa. Las reses nacen, crecen y son sacrificadas en los campos de Sobrarbe, teniendo un control absoluto sobre la calidad de la carne que llega a la mesa de este y otros magníficos restaurantes de la zona.
En Aínsa, el restaurante Callizo (Plaza Mayor, s/n), está instalado en una vieja casona de piedra. Tiene un menú degustación y otro denominado Tierra. Ambos un regalo para los sentidos.
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